miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un dibujito posmo

Doris, Shrek, película de animación de 
Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001
Una máscara de maquillaje. Una máscara de mujer. Su cuerpo membrudo es un estorbo. Es necesario mucho afeite para expresar ese deseo de ser mujer. 
Es Doris, la cantinera de la sombría posada The Poison Apple (una alusión a la funesta manzana de Eva, diría Bruno Bettelheim, la manzana de la experiencia sexual). En esa taberna del reino de Far Far Away se reúnen los perdedores de los cuentos: el Capitán Garfio, la Reina Malvada de Blancanieves. 
Doris es una de las hermanastras de Cenicienta. Quizá aquella que, en la versión de los hermanos Grimm, se cortó un dedo del pie para que le cupiera el zapato y que fue descubierta por los pájaros del bosque. Aquella, en fin, que se castró inútilmente para enamorar al príncipe.
Lo cierto es que Doris es una travestida. La delata el largo cuerpo y el cuerpo de la voz, que es la de un barítono (el periodista Larry King, para ser más precisos). 
Sherk es un dibujito extraordinario. Los feos son buenos. Las princesas son malvadas. Los secretos de Pinocho, inconfesables. Pero lo más desusado es la admisión de una travestida, Doris, en ese reino habitualmente miope de los relatos infantiles. 
El ideal regulatorio de los sexos, ese discurso que produce binariamente (macho/hembra) los cuerpos, opera muy tempranamente. Los cuentos para niños no son sino parte de ese relato hegemónico de los sexos. 
Por eso Doris parece una fisura en el discurso dominante, una grieta en la formación misma de la sexualidad. Pero el sistema se ha apropiado de esa imagen subversiva. 
Doris es buena. Doris quiere a Fiona. Doris toma el té con las otras princesas. Es una suerte de tío solterón, algo excéntrico pero inofensivo. No hay por qué asustarse.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Movimiento II

Forme uniche della continuità nello spazio,
Umberto Boccioni, 1913.
Museum of Modern Art, New York
Se deshace en el viento. En el movimiento, el cuerpo va dejando girones de sí mismo. Parece que le cuesta. Como si los músculos tuvieran que vencer la inercia de un aire apretado, denso. Pero el cuerpo va, como una bandera de bronce que flamea.
Formas únicas de la continuidad en el espacio. De eso se trata, el espacio es movimiento. Y el movimiento es tiempo.
Umberto Boccioni (1882/1916) cree que hay una manera de representar cómo el cuerpo atraviesa el no menos cuerpo del aire y del espacio. Consiste en modelar la demora. En devanar amorosamente la cuarta dimensión del cuerpo: el tiempo. Entonces el tiempo deviene tardo, moroso. Tanto que se le puede contar las décimas de segundo, las centésimas, las milésimas. Tanto que, entonces, cobra volumen.
En este cuerpo que camina contra la contingencia del aire hay un ala y hay un pie; un pie sobre la tierra, que es también la condición del ala.
Se deshace en el viento, decía. Tal vez todos nos deshacemos en el viento.